sábado, 13 de febrero de 2010

Sólo hay un cuervo

           Gritaban las sombras esperando a devorar tu presencia, tu silente figura. Llovió y sin decir nada te serenaste, las luces de la tarde socavaban en tu estampa de lince. Un tejido de pájaros negros sentenciaba tu quedo empaque. Los cuervos sabían que lo sucedido había quedado retenido en tus ojos, en ese mirar donde se deshace tu historia y se desvela lo que somos, donde se soslayan las voces quebradas que acobardaron tu realidad. Y por ello tan sólo esperaban, esperaban para descifrarte y arrebatarte tu última sombra con una simple inclinación. Un aguijón más grande que tu propio alma dispuesto a arrebatarte todo, y empuñar tus retinas como cetros mostrándonos nuestro relato. Quiénes somos. Como un cuervo que te saca los ojos de un estruendo, así de agitado resulta mirar hacia dentro y descubrirte en el más inmenso vacío de estar asolas contigo mismo.

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