viernes, 19 de febrero de 2010

Marismas de hiel

             Escribo sobre el odio y estriban mis palabras con el corazón hostigado por la ira, la misma que toma forma furtiva, y se desenreda en el viento levantando cenizas entre suspiros. Es una gacela lánguida que todo lo envenena, como el rubor del viento que golpea los amarres oscureciendo su tersura. Tan sólo el salitre atestigua su desmembrado escollo, un salitre henchido por el rumor de gente muerta, ciudades rotas y la ausencia de una certeza humana en las mentes de aquellos torsos, dorsos, bustos de mármol blanco sobre el que se refleja un dios que no existe. Choque de civilizaciones, economía en receso, recursos, expansión imperialista, todo nace y todo crece en el mismo laberinto de espejos que se agota y apoca su carne pútrida bajo los brazos de un demiurgo hostil que posee un semblante para cada uno de nosotros. Como la tierra abraza el mar en su forma más sencilla, el hombre se abraza a sí mismo y cuando sube la marea se desatan los amarres, los mismos amarres repletos de sal y sedientos de amor y poder en paradójica equidad. No puedo evitar escuchar un chirrido agudo, un silbido de grillo aterrado que me enloquece. Será eso a lo que llaman la voz de la conciencia.

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