viernes, 10 de diciembre de 2010

Mirada crepuscular

Abre los ojos, tu cuerpo es vano ahora.
Ya no hay límites que ensordezcan
de fiebre la belleza con la que palpas el mundo,
o que azuce al cuello con su soga
la mesura angosta y estéril
que atenúa el contorno de las cosas.
Tiende al mundo la boca
con las que besas cada concurrencia
y cada tacto de esta danza
de cadencia silente.
Cada día te es más ligera,
con los brazos la recoges, la meneas,
la devuelves en bandada,
otras veces en pequeños susurros,
haces de este movimiento un sempiterno vaivén de aceptación.
Y no renuncias a nada, no,
no puedes, suma de lo bello,
todo lo quieres enjugar con los párpados,
con tus versos o con los labios.
Los vértices, los andamios y pasarelas
los cambias por amplios océanos
en los que el azul sereno
no distinga el agua del aire,
o donde todos tus afectos
se venzan en un mismo mar blanco.
La soledad ha sido para ti
una forma mística de conocimiento,
hallar pretendías una esencia
que te sirviese para desenvolver el mundo,
la tuya, la que corretea por tus ojos;
humana como la carne que te entraña.
Pero a ti ya no te importa tu carne,
ni tu orgullo, ni tu celo,
tú ya no tienes rostro al que mirar,
ves el mundo en movimiento
y con la vista lo rebasas.

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